martes, 9 de septiembre de 2014

Mujeres, hombres y viceversa

Acaban de terminar las fiestas patronales de mi localidad, una reunión de hormonas en efervescencia donde la música es lo de menos y lo importante es participar. Un acontecimiento repleto de graduados en la Universidad Ron Negrita y con un Máster en Cata de Jagermeister. Como podéis imaginar, las conversaciones intelectuales abundan hasta el hartazgo, concretamente el mío, que no puedo seguir el ritmo de gente tan docta en la materia. Yo soy más básico, desde que aprendí en Conocimiento del Medio el ciclo de la vida existo para reproducirme y morir, toda vez que nací para vuestra desgracia y crecí para la mía. En algún momento de la noche mis compinches se compadecieron y decidieron rebajarse a mi nivel: tetas, culo, polla, coño, follar, follar, follar… En definitiva, mujeres, hombres y viceversa, y yo, por supuesto, estaba en mi salsa.

Al principio de la noche seguíamos con nuestra mirada únicamente a mujeres cañón, comentando el maravilloso mundo que podían descubrir si pasaran una noche romántica con nosotros.  Nos tomamos unas copas. Empezamos a fijarnos en las féminas que se encontraban a treinta metros de nosotros, en todas, y nos regocijamos con las innumerables posturas y prácticas sexuales con las que honraríamos sus templos sagrados, si así lo dispusieran ellas. Nos echamos unos cubatas más. Entonces, cada vez que intuíamos una forma (pseudo)humana cerca proclamábamos la profanación de sus vaginas con nuestro enorme y poderoso báculo del amor. Porque, como todas sabéis, un hombre siempre tiene la polla más grande que la media, la habilidad para el cunnilingus de una lesbiana experimentada y los dedos tan ágiles como los de Jerry Lee Lewis.

En ese momento, mis dos neuronas se tomaron de la mano y tuve un rato de lucidez impropio de mí. ¿No son todas las mujeres hermosas? Tranquilos, este no el típico post para adolescentes repipis con problemas de autoestima. Solo digo que todas tienen algo que las hace únicas a primera vista. Es obvio: una cara bonita, un cuerpo de guitarra española, unos pechos de escándalo o un trasero cascanueces son las cuatro primeras cosas que la mayoría de hombres tiene en mente. Encontrar a una mujer atractiva, según estos cánones, no es complicado; vivimos en plena era del fitness y la que no tiene un físico privilegiado se lo trabaja, y si no, simplemente, lo esconde bajo tres kilos de maquillaje. Como los hombres, vaya. Pero encuentro que hay detalles muy sutiles, pero bastante más interesantes, por ejemplo, en la sonrisa, en la mirada, en el tono de voz, en los gestos… Que no os inquiete mi ramalazo cursi, intento explicar de una forma bonita que, si nos ceñimos a lo estrictamente visual, yo os(las) daba a todas.

Pero sí encuentro problemas, penetrando un poco más, para encontrar chicas listas. No sufráis, entre nosotros la inteligencia escasea todavía más (como podéis comprobar en estas líneas). Y no hablemos de la personalidad, ¿la belleza está en el interior? Una soplapollez como un piano. Mujeres, hombres y viceversa estamos tan podridos que deberían prohibirnos hablar entre nosotros, no sea que  lleguemos a conocernos mejor. Nacer, crecer, reproducirse y morir, ceñirnos al ciclo de la vida. Al fin y al cabo, los seres humanos no entendemos de sabiduría, pero la naturaleza sí. Estamos en crisis, tiempo de subsistencia, de ahorro para un futuro mejor. Aplicadlo a vuestra economía, también al terreno sentimental. Y si la cosa no mejora en unos años y todos seguimos siendo pobres y estúpidos, gastémonos el dinero ahorrado en profesionales. ¿Psicólogos? Mejor en gigolós, putas y viceversa.


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