jueves, 30 de octubre de 2014

El consultorio

Como anuncié hace unas semanas en las redes sociales, hoy voy a dedicar mi entrada a inspirar con la filosofía que me brindan las tabernas a mis queridos lectores. He seleccionado tres preguntas (que fueron muchas, aunque de muy pocos) con la esperanza de que en el siguiente consultorio se anime algún feligrés más. Voy a mantener el anonimato de los interesados, no quisiera que sus inquietudes personales más oscuras se difundieran a través de mí ni causarles ningún problema (aunque podéis entrar en la página de Facebook y encontrarles allí con sus fotos, nombre y apellidos). Empezamos.

Pregunta - ¿Qué opinas del sexo anal?

Respuesta - Aristóteles decía que el objetivo del ser humano era alcanzar la felicidad, y para ello perseguimos otros bienes externos de forma consciente con la esperanza de colmar nuestro fin supremo. Dicho esto, si crees que a través del sexo anal hallarás la felicidad, amigo mío, te invito a que lo practiques salvajemente, tanto como lo hizo el mismísimo Aristóteles o más. No sé si atacar la retaguardia de otro ser (¿humano?) solucionaría mi búsqueda del último fin. Desgraciadamente no soy un conquistador, así que no tengo demasiadas oportunidades para entrar por la puerta trasera de nadie, y casi que tampoco por la principal. Debo confesar que, de todos modos, estoy un poco traumatizado desde que a mis tiernos trece años pude ver un vídeo, VHS, en el que un centauro (con el cuerpo de un hombre pero con el miembro de un caballo) penetraba con furia desproporcionada a una dulce jovencita por cuyo rostro corrían lagrimones de rimel negro, entre otros coloridos fluidos. Lo realmente perturbador fue que, al separarse sus cuerpos, el ser mitológico separaba las nalgas de la muchacha con sus manos mientras el cámara sacaba un primerísimo plano del enrojecido y sorprendentemente dilatado ano femenino. En ese momento supe que mi camino estaba lejos del aparato excretor, aunque al final mi vida haya resultado ser una mierda.

P - ¿Qué clase de problema tenemos que siempre hablamos de guarradas?

R - No soy psicólogo, Dios me libre de haber dedicado cuatro años de mi vida a estudiar una carrera sin futuro, por eso me hice guionista y bloguero. Mi opinión no será experta, en cualquier caso, así que digiere como puedas mi análisis, si es con un buen orujo en la mano, mejor. Aunque la mayoría de la gente trata de guardar la compostura en sociedad, en las tabernas he visto a hombres rectos perderse como lágrimas en la lluvia. Señores con la lengua muy larga que tras unas cuantas copas eran capaces de convertir los momentos más románticos de su vida marital en actos absolutamente grotescos. También he visto a mujeres increíblemente hábiles para encontrarle una connotación sexual a cuestiones de lo más cotidianas, valiéndose de una serie de eufemismos para verbalizar tales obscenidades. Como decía Freud, "el sexo es el motor que mueve al hombre", así que tenemos una tendencia natural a practicarlo o, en su defecto, a encontrarle motivaciones sexuales a todo. Otra cosa es que reprimamos nuestro impulso de follar o hablar sobre follar por pudor o respeto, cuestiones de protocolo al fin y al cabo para intentar camuflar nuestra naturaleza animal. ¿Por qué yo, y por lo que sugiere la pregunta, tú, no dejamos de hablar de guarradas? Yo sufro un caso parecido al de Benjamin Button, cuanto más crezco más niño me siento, así que cada vez hablo con menos filtro. Como es un síndrome bastante extraño supondré que tú no lo padeces, así que me atrevería a decir que te relacionas con personas que despiertan el diablillo que hay en ti. En cualquier caso brindo por ello, ya tendrás tiempo de sufrir encorsetada por las normas no escritas para vivir en sociedad, así como las leyes que prohíben, por ejemplo, practicar el sexo en las calles o masturbarse en público. Un ultraje, vaya.

P - ¿Qué opinas respecto a las controversias interpretativas generadas en torno al sueño idealizado del príncipe azul en las mujeres?

R - El concepto de príncipe azul me desconcierta, con lo que nos hemos modernizado en todos los sentidos y todavía hay señoritas que esperan a que un hombre les abra la puerta. Según tengo entendido, en el antiguo Imperio Romano el César dejaba pasar a las mujeres primero por temor a ser apuñalado tras cruzar el umbral, así que voy a permitirme la licencia de poner en duda tal gesto de caballerosidad. En cualquier caso, en general creo que ya quedan pocas mujeres chapadas a la antigua, y menos mal, porque yo tengo más de pitufo que de príncipe azul. Viendo el otro día "Adán y Eva", el programa de Cuatro, pude admirar que había mujeres que sabían hablar sin dobles sentidos y explicaban perfectamente lo que buscaban: "que tenga un buen coche, BMW o Mercedes, mínimo" o "yo era lesbiana hasta que me lié con un cachas". No entraré a debatir tales requisitos porque ni tengo coche ni voy al gimnasio, solo rezo para que no se convierta en la norma porque si no me esperan cien años de masturbación en soledad (perdóname, Gabo). Lo admirable de estas muchachas es que ni mentían a los espectadores ni a ellas mismas, sabían lo que querían y lo decían sin complejos, y no le dieron demasiada importancia a la forma de ser. Huelga decir que los hombres en este programas eran tan superficiales o más. A mí todo esto me invita a la reflexión, por irónico que parezca. Nos reímos de los concursantes cuando en nuestra vida real sabemos de personas que piensan exactamente igual, incluso nosotros mismos, y nos negamos a reconocerlo. Primariamente queremos cosas superficiales, pero lo disfrazamos con un discurso limpito y aseado, es decir, "quiero una pareja cariñosa, inteligente, atenta, buena persona...". Los hombres suelen definir a sus madres, las mujeres al príncipe azul. Pero, evidentemente, del dicho al hecho hay un trecho.


Y hasta aquí El Consultorio. He omitido una serie de preguntas personales porque no me gusta hablar de mí mismo. Algunos piensan que soy un egocéntrico, pero nada más lejos de la realidad, no hay cosa que me aburra más que hablar de mí mismo. Mi vida ya la conozco, prefiero hablar sobre todo lo demás. Paradójicamente, ya estoy hablando de mí, por ende me aburro y por tanto termino este post. Si queréis otro consultorio solo tenéis que pedirlo en los comentarios o por las redes sociales. 

Paz y bien.

Dejen sus preguntas, ¡coño!

3 comentarios:

  1. Jajajaja.... que interesante ....me hiciste reir

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  2. Explotando esta idoneidad de desarrollar diversas tareas al unísono exclusiva de mi femineidad, mientras leía este post visualizaba la emisión televisiva en la que apareció de nuevo un anuncio que lleva tiempo dándome la lata. Así pues, con su anuencia, oso interrumpir su taberna para servirme de este ofrecimiento suyo a satisfacer esos interrogaciones que nos azoran desde la filosofía que le brindan las tabernas.

    No sin antes, agradecer la creación de este bitácora el que oteo desde hace tiempo debido a su humor tan ácido, muy apto para mi paladar. Alentarle a que continúe con estas exteriorizaciones suyas e, incluso, deprecarle que lo realice con más asiduidad ya que escasean espacios como éste donde la hilaridad tan afinada exponen evidencias tan manifiestas.

    Bueno, ¡al lío! El reclamo en cuestión es el de las gomas de mascar Orbit (disculpe la mención de marcas pero es relevante para mi exposición) muy acertadas para esa tesitura en la que te hayas desprovisto de tu cepillo dental después de manducar fuera del hogar y apremia el lavatorio de la dentina.

    En mi preocupación por una correcta higienización bucal se me plantea las siguientes zozobras: ¿cuándo debo hacer un uso exacto de la susodicha goma masticable, justo en el momento en el que la comida se ha acabado y con un disimulado viaje con mi sinhueso localizo los tan odiados “paluegos” o he de esperar a que aparezca la rosquilla vacilona junto con su sequito? ¿Esta comitiva comprometedora se auto-convidan solos, los convoca Orbit o corre a mi cargo la notificación? De no haber tenido ocasión de precisar nuestra relación ¿cómo le aclaro que lo nuestro es sin ataduras, que ha sido sólo una comida? En caso de plantarme cara ¿cómo me deshago de ella y su panda sin detonarlos por los aires de malas manera? Le informo que soy de quedar bien, no soporto que las historias acaben mal y más después de compartir mesa.

    Además, ahora ampliando gama de productos lanzan Orbit bubblemint el chicle con sabor a chicle. Entonces si hasta este momento únicamente se han fabricado chicles con gustos variopintos y nunca un chicle con su propio sabor ¿cómo tener la certeza de qué éste es el sabor del chicle? ¿a qué sabe el chicle? Y puestos a divagar, dada la naturaleza de los alimentos ¿cómo es posible que una rosquilla sea más pegajosa y más dificultosa de deshacerte de su presencia que la de un chicle en la cabellera?

    Esperanzando no haberle importunado más de lo necesario, me esfumo.

    Salutaciones,
    La catilinaria

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  3. ¿Enmarcar mi comentario y colgarlo junto a la Virgen María? Más lejos de mi intención codiciar ese regalía y, menos aún, cuando dicho comentario está plagado de faltas ortográficas las que aprovecho para subsanar (“esos interrogaciones” por “esas interrogaciones”; “este bitácora” por “esta bitácora”; “certeza de qué éste” por “certeza de que éste”). Sepa disculparme, pero todavía hallóme en el estudio de Leo y escribo con Ana, a lo que hay que acrecentar mi tardo aprendizaje.

    Agradecida por su deferencia a dar cumplida respuesta a mi desasosiego y ¿qué le resulto bastante familia? Pues la verdad, no sabría decirle. A excepción de que también practique la ursusagalamatofilia desconozco el motivo de resultarle familiar, igual sea mi simpleza ya sabe que tratando a un sólo mentecato se reconoce a su colectividad.

    ¡Qué tenga buen día!
    La catilinaria

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